UN RETRATO EN ALASKA
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Todos conocemos las aptitudes dramáticas de Sean Penn, basta recordar su medida y emocionante interpretación del condenado a muerte en Dead man walking, (Tim Robbins, 1995). Sin embargo su capacidad como director era algo un poco más indefinido, o al menos así era hasta la aparición de Hacia rutas salvajes.
Basada en el libro homónimo de Jon Krakauer, un ambientalista devenido en escritor de non-fiction, el film cuenta la verídica historia (bueno, al menos en gran parte, ya sabemos como es este género) de Christopher McCandless, quien después de graduarse con honores en la universidad a principios de los 90, regala todo su dinero, abandona su auto y se dedica a viajar por los Estados Unidos con destino final Alaska, con el objetivo de terminar con su “falso ser interno”.
El film toma como eje de la narración la llegada de McCandless a Alaska y desde ese punto se hacen numerosos flashbacks que respetan la cronología de los hechos para confluir en un determinado momento. En muchas ocasiones, como es habitual en este tipo de films testimoniales, Penn hace uso de la voz en off, que por momentos se vuelve abusivo y redundante al igual que los flashbacks sobre la vida familiar que en su mayoría son meramente ilustrativos.
A lo largo del viaje espiritual del protagonista se muestra la dureza de la vida en la naturaleza (y en el camino), que tiene algo de la prosa descarnada de London, pero combinada con el imaginario folk-rock de los setenta, lo que deriva en una especie de discurso hippie crepuscular. Los años heroicos de la contracultura quedaron atrás y ya no se trata de cambiar el mundo, tan solo a uno mismo.
La fotografía contrastada y expresiva de Eric Gautier no se agota en las sencillas panorámicas del gran oeste americano, también se detiene pequeños pueblos y caminos perdidos, que incluso se vuelve intimista aún en la inmensidad alaskiana.
A pesar de tener rasgos estilísticos (por no decir tics) relativos al cine independiente norteamericano, también podemos encontrar en Hacia rutas salvajes, ecos de la última obra de Terrence Malick, quién dirigió a Penn en La delgada línea roja, (1998), especialmente en el uso de la voz en off y sobre todo en determinadas escenas en donde hay travellings, ralentíes, desenfoques u otras distorsiones de la imagen. Son momentos de expectación que tienen valor climático y apuntan a la percepción puramente sensorial pero que también descubren la subjetividad del personaje, intentan captar sus estados de ánimo. A esto debemos sumarle la bella banda sonora de Eddie Vedder que, a través de sus letras, también da cuenta de las sensaciones del protagonista. Puede parecer extraño que en un film no del género musical el texto de las canciones tenga valor cognoscitivo pero recordemos que eso es algo que ya Glauber Rocha había hecho hace más de cuarenta años en Dios y el diablo en la tierra del sol.
Sin embargo, el punto fuerte del Sean Penn director parece ser la dirección de actores, como si echando mano a toda su experiencia como actor sacara lo mejor de sus colegas. En un elenco con excelentes actuaciones, el poco conocido Emile Hirsch sale bien parado en su papel de McCandless, mientras brilla Hal Holbrook (nominado al Oscar como mejor actor de reparto) y Vince Vaughn tiene una participación tan breve como estupenda.
A pesar de su aparente grandilocuencia Hacia rutas salvajes es un film intimista, donde las pequeñas cosas son, en definitiva, las que pesan. Tanto es así que aún prescindiendo de una historia de amor significativa –algo no tan frecuente en el cine corriente norteamericano- Penn logra un film intenso, que place los sentidos y sobre todo, consigue emocionar.
Publicado en www.cotntrapicado.net, nro. XXIII
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