EL REVÉS DE LA NADA
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El estatuto de la obra de arte ha sido tema de inagotables discusiones desde comienzos del siglo XX, discusiones que difícilmente se agoten, aunque no es improbable que el debate algún día deje de tener interés. Pues bien, Mariano Cohn y Gastón Duprat, los directores de El Artista, han querido participar de tal debate, con la valiosa ayuda de Andrés, hermano de Duprat, quien no solo fue el responsable del guión sino que interpretó de forma más que satisfactoria a Emiliano, un curador de arte (oficio, justamente, al que se dedica en la vida real). El campo espécifico al que se ciñen en el film es el de las artes plásticas, pero es evidente que el tema puede extrapolarse a cualquiera otra disciplina artística. Por lo que estaríamos ante una discusión, por qué no, sobre el cine mismo. Aunque, a diferencia de la tendencia cada vez más frecuente en las películas del nuevo cine argentino a indagar sobre el propio lenguaje (como la más reciente de ellas, Castro de Alejo Moguillansky, reciente ganadora de la competencia nacional del XI Bafici) en El artista se discute sobre la creación en sí misma y –como el título lo indica- sobre la persona del artista. Quién, cómo y por qué es artista.
Sin embargo, más allá de las intenciones deliberadas de sus autores, este debate queda un poco en segundo plano ante la mirada crítica sobre el mundo del arte, con sus pequeñas y grandes miserias: la impostura, los clichés, el snobismo, la ambición mercantilista, etc. Hay un tono irónico sobre el ámbito artístico, su parafernalia y sus lugares comunes, aunque no tan marcado como en su anterior film Yo Presidente, en el que retrataban en forma socarrona y bastante despectiva a todos los presidentes argentinos que asumieron desde la recuperación democrática.
Un punto que llama la atención en el film es la gran cantidad de artistas ajenos normalmente al cine que participan de la película y son fácilmente reconocibles. Que Alberto Laiseca y Sergio Pángaro sean los protagonistas, que Zambayonny haga del vecino fotógrafo y Rodolfo Fogwill, Horacio González y León Ferrari (también productor del film) aparezcan como viejitos en el asilo, no es algo casual e inocente.
Reclamando su presencia, más allá de la amistad o el cariño que los vincule, los autores pretenden dar un sello legitimador a la sátira, a aquello que su propio discurso, el cinematográfico, no puede sostener (incluso si consideráramos de forma bienintencionada la inclusión de los artistas, su participación no dejaría de ser un chiste interno, pequeño, canchero y molesto). De ese modo El Artista podría ser vista como una especie de solicitada filmada.
Pero este punto oscuro, quizás menor, se entronca con uno mucho más problemático que se desprende de la misma propuesta estética del film. El Artista está planteado a partir de planos estáticos, por lo general bastante cerrados, de larga duración, con un encuadre evidentemente cuidado y una marcada tendencia a la simetría. Este trabajo obsesivo hace que cada plano sea llamativo visualmente, lo convierte en un espacio plástico centrípeto y autosuficiente en el que muchas veces los personajes se encuentran sorprendentemente cerca de la cámara. Todo esto produce cierto estorbo, cierta incomodidad producto de que los planos, con sus encuadres y su montaje interno extravagantes, no estén completamente subordinados a la narración (ya que el film es, en gran medida, narrativo) ni a ninguna otra integridad que los supere
Entonces, ¿cual es el sentido de tales planos más que señalar el carácter artístico del film? Que el de reconocer a la afectación, el amaneramiento como señal inequívoca de lo artístico? Por eso el film deviene falso, pretendidamente serio y artístico.
Lo que hacen Cohn y Duprat no es otra cosa que repetir en su film la estructura de aquello sobre lo que pretenden ironizar o discutir. Si consideramos a El Artista como hija del enunciado de Duchamp que pregona que el gesto del artista es el que crea la obra de arte, por más que éste sea un acto vacío (postura provocadora y muchas veces malentendida, que si bien fue operativa y provechosa para la teoría, ha derivado en una banalización del propio enunciado sumada a una obturación del juicio de valor de la obra) y tenemos en cuenta que este es uno de los puntos que se ponen en discusión en el film, comprobamos que en última instancia la película termina cuestionándose a sí misma. Como si fuera una serpiente que muerde su propia cola.
En definitiva El artista es un film pomposo y contradictorio, que formula una crítica superficial, amable e indulgente del ambiente artístico, que sin dudas podrá divertir a muchos pero que difícilmente moleste a nadie. Que se haya exhibido dentro de ArteBa, la máxima expresión de la frivolidad y la exaltación del arte como bien de cambio, resulta sugestivo.
Publicado en El Amante/Cine, nro. 205
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