FINAL SIN LÁGRIMAS
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Bueno, llegamos al final. Para colmo un domingo, día triste si los hay, tanto que sospecho que las ligas de fútbol se han organizado tan sólo como una excusa para sobrellevar la inmensa tristeza de saber que falta poco para volver al trabajo. Lo mismo pasa con el día del festival, uno ve cómo van desmontando los puestos, la gente está menos eufórica e impera en general un clima elegíaco. Pero no tiene sentido terminar así estos once días a puro cine, así que hagamos tripas corazón… ¡qué al final este también fue un gran día de cine!
Como el domingo no hay pases de prensa y las funciones públicas empiezan alrededor del mediodía todos pudimos dormir un poco más de lo habitual (salvo los audaces que aún contaban con fuerza para ver la última obra de Lav Díaz de tan sólo 450 minutos de duración) y empezar viendo la nueva película de Paolo Sorrentino que, según dicen, fue largamente ovacionada en Cannes. Aunque hay que decir que teniendo en cuenta los abucheos que se llevaron el año pasado dos obras maestras como La mujer sin cabeza y La frontière de l’aube uno no sólo se pregunta qué les sucede a los cronistas franceses sino que también desconfía bastante de este tipo de elogios. En definitiva Il divo (2008), que como lo dice el propio Sorrentino trata sobre la extraordinaria vida de Giulio Andreotti, no defraudó para nada.
El habitual desparpajo del joven director napolitano está presente en la película no sólo en el ciclotímico montaje sino en la particularidad de presentar el mundo de la política italiana como una banda de mafiosos cool como en las películas de Guy Ritchie. La música de rock y un ambiente oscuro completan esta particular biografía de los últimos años del político que tiene algo de Ciudadano Kane en cuanto reconoce su incapacidad (a pesar de su propia opinión) de dar total cuenta de las motivaciones íntimas de la persona.
La próxima película era la ópera prima de Perut-Osnovikoff, en este caso también co-dirigida por David Bravo. Chi-chi-chi Le-le-le, Martín Vargas de Chile (2000) es un documental sobre la vuelta a la actividad de un ex boxeador chileno (el del título) después de diez años de inactividad. Pero los directores no se quedan sólo en eso, tema de por sí muy interesante, sino que toman la vuelta de Vargas como excusa para hacer un fresco de la sociedad chilena, y ahí aparecen la hipocresía y la discriminación de las clases altas, el morbo de los medios, la sed de sangre de los espectadores, la ambición de los managers, la soberbia de los dirigentes y el patriotismo de pacotilla. Todas las tensiones sociales encarnadas en el cuerpo destruido del propio Vargas, que a los 42 años parece de 60 y vuelve a repetir la historia de ascenso y caída. Chi-chi-chi Le-le-le… es otro gran film de Perut y Osnovikoff, aún por encima del notable El astuto mono Pinochet contra la moneda de los cerdos (2004) tan original como su título.
El próximo paso fue Le plages d’Agnès, de Agnès Varda film ya largamente comentado por Marina en las crónicas de ayer y no es mi intención repetir (y mucho menos contradecir) lo escrito por ella.
Así que pasemos a la última película del festival: Castro, ganadora de la competencia oficial argentina y una nueva película salida del seno de la Universidad del Cine (FUC). Es clara la influencia teatral en su director Alejo Moguillansky, no sólo por basarse en una novela de Beckett, sino también en el armado de los diálogos, la declamación de los actores y en el uso del cuerpo humano. En ella se suceden las persecuciones y las carreras que le dan un ritmo muy dinámico pero que, debido al fuerte componente del absurdo que hay en él, tienen su justificación en su propia existencia. Podríamos decir que en Castro estamos ante una transposición de ciertos elementos teatrales al lenguaje cinematográfico (enfatizando justamente en el lenguaje) e incluso, por qué no, ante el sueño y la pesadilla de todo director teatral: la expansión total del espacio escénico.
En definitiva Castro es un film original e irreprochable (ayer decía Albert Serra, sobre El cant dels ocells, que se podía discutir si era mala o buena, pero no admitía la discusión sobre si era única) de excelente factura técnica ?tanto la edición, el sonido, la fotografía y hasta la gráfica son impecables? pero que no termina de convencer acaso por ser mucho más cerebral que sanguínea. Lo mejor quizás sea dejar madurar a Castro algún tiempo en nuestras cabezas antes de dar una opinión definitiva.
El film de Moguillansky fue el último que vi del Bafici pero no quisiera olvidarme de algo muy importante y anunciado, que es el corto institucional de Alonso. Normalmente este tipo de trabajos suele oscilar entre lo patético y lo insustancial (cosa que sí cumplen los otros dos de esta edición dirigidos por Carmen Guarini y Paulo Pécora) en cambio el de Alonso es una notable excepción. Se trata de un plano fijo, de aproximadamente un minuto de una lechuza mirando a cámara acompañado con una música percusiva y llena de ruidos extraños. ¿Qué es lo excepcional de este film tan sencillo? Justamente su indeterminación, el actuar como disparador de un enigma. La mirada de la lechuza, sus enormes ojos y su forma de respirar son por si llamativos pero, sumados a la música y, sobre todo, a la duración del plano, se convierten en algo que puede ser amenazante, hipnótico o incluso hilarante. Un pequeño pedazo de tiempo al que arrojar nuestro propio sentido… cine en estado puro. ¡Hasta el año que viene!
Publicado en contrapicado.net
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