UN PASEO POR LA PERIFERIA
DEL CINE
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Por fin tenemos un clima acorde a la estación otoñal en Buenos Aires. Bienvenido sea no sólo para dejar de sudar sino para estar todos más a gusto dentro de las salas y, de paso, evitar un final anticipado del festival ante el deceso por hipotermia de algún espectador desprevenido.
En fin, hoy fue un día de cinematografías periféricas y empezaré, como corresponde, con la excepción, considerando que a estas alturas el cine coreano (de la Corea “buena”) ya ha dejado de ser una rareza a nivel mundial y se encuentra más que consolidado. El film en cuestión Treeless mountain (2008) de So Yong Kim (competidora en la selección internacional) es la historia de dos hermanas que son progresiva y sucesivamente abandonadas por casi todos sus parientes cercanos. Lo interesante de la mirada de Kim es que se focaliza externamente en las niñas, con una puesta austera y rigurosa de planos cortísimos, en general, de las pequeñas. Así podemos asistir a esos inefables pequeños y grandes placeres de la niñez como tirar piedras al río, cocinar saltamontes, etc. Pero también está presente la extraña tristeza de sentirse abandonadas, por eso Treeless mountain es un film pequeño e íntimo, que emociona sin excesos dramáticos.
Desde hace tiempo hay un nombre que se cita mucho, desde que cierta camada de directores filipinos ha irrumpido en los festivales internacionales: Lino Brocka. El misterioso director, muy poco conocido fuera de su país (a pesar de haber filmado más de 50 películas) y fallecido prematuramente en 1991, se dice ha influenciado a varios de los directores filipinos contemporáneos como el extensivo Lav Díaz.
En una función con más presencia de prensa (ávida de develar el secreto Brocka) que público aficionado, pude ver Bayan ko: Kapit sa patalim (1985) que en la copia de la cinemateca británica aparecía traducida como Mi país pendiendo de un hilo.
La película, incluida dentro de la sección Clásicos Modernos junto a otras películas como Archangel (Guy Maddin, 1990) o The Housemaid (Kim-Ki Young, 1960), sirve para confirmar la relativa incompatibilidad que suele haber entre la apreciación de ciertas obras o directores en su propio país y en el exterior. Normalmente esta asimetría se debe a la pérdida del contexto social inmediato y a la importancia en el desarrollo histórico interno de tales films o personas. Señalo esto porque a primera vista Bayan ko: Kapit sa patalim no parece un film demasiado sobresaliente a nivel formal o narrativo. En un entorno de absoluta inmediatez con el crepúsculo del régimen de Marcos, Brocka traza el itinerario que lleva a un obrero a convertirse en un improvisado y malogrado delincuente. Con la movilización social siempre presente, la historia muestra cómo la necesidad y el abuso de poder, presionan de tal manera a los necesitados que no sólo lleva al estallido y a la violencia, sino a su propia incriminación y condena social. Como decía, el film no resulta demasiado sobresaliente, pero no es difícil adivinar el impacto social del mismo (algo que el cine independiente suele desdeñar) así como el talento de Brocka para definir las tensiones sociales de ese momento.
Y si en el caso de Filipinas sí podemos hablar de un cine periférico, qué decir del cine guatemalteco, presente en la competencia oficial con Gasolina (2008) dirigida por Julio Hernández Cordón. El absoluto desconocimiento de la cinematografía de aquel país hacía que ver esta película fuera una oportunidad imposible de dejar pasar. Gasolina transcurre en menos de un día en un suburbio acomodado de la Ciudad de Guatemala y sus protagonistas son tres adolescentes. El principio es engañoso, ya que parece ser una de esas comedias independientes de adolescentes en tono bajo y con lenguaje extremadamente coloquial en las que no suele pasar nada. Sin embargo, con el pasar del tiempo, las risas se van haciendo cada vez más espaciadas y la extrañeza va ganando terreno. Efectivamente, nada parece suceder en la vida de estos muchachos, que se la pasan agrediéndose y hablando sin realmente decir nada, cuyas relaciones (entre ellos y sobre todo con los adultos) se canalizan a través de la violencia, la mentira o el silencio y deambulan con el único objetivo de conseguir gasolina para seguir deambulando. Pero la violencia subyacente y la amoralidad de los protagonista (de la que, de alguna manera, no podemos culparlos) producen una creciente sensación de incomodidad hasta que en los últimos cinco minutos del film, surge un gran acontecimiento que no sirve para cambiar las cosas, sino tan solo para resaltarlas. Gasolina es un film raro, nocturno en todo sentido y realmente muy muy incómodo, difícil de digerir. Este verdadero ovni guatemalteco es la gran sorpresa, de las pocas que nos trajo este Bafici.
Apurando unos bocadillos en el pequeño intervalo entre funciones, entré a ver March (2008) otra película de la competencia internacional, ésta de origen austríaco. Esto se nota por una evidente deuda estética con algunas de las películas de Michael Haneke (como 71 fragmentos de una cronología del azar (1994), en la que el director Klaus Händl participó como actor) o incluso de Ulrich Seidl. La verdad es que la película resulta poco interesante y no vale la pena detenerse demasiado en ella.
Sí vale la pena hablar de Kelly Reichardt y de su film Old Joy (2006), última parada en el recorrido baficiano de este viernes. Produciendo en los suburbios de la industria norteamericana y bien alejado de los polos artísticos (sus películas se desarrollan normalmente en el estado de Oregón) Reichardt es una de las voces más convincentes y auténticas del cine independiente norteamericano. Cosa que pude comprobar gracias a la retrospectiva que me permitió ver su obra casi completa en un par de días. Old Joy es un viaje al campo de dos viejos amigos para encontrar la tristeza de saber acabadas las utopías de la juventud. Los planos de las ciudades y los bosques del oeste americano nos sumergen en una poesía bucólica con una notable cercanía estética (aunque parezca disparatado) con la música indie. Este film un poco triste y melancólico es una buena manera de dar por finalizado el día y volver a casa. Y bueno, como escribir sobre cinco películas me parece suficiente para un solo día, quedará para el último comentar del corto de Alonso.
Publicado en contrapicado.net
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