LEVANTANDO LA PUNTERÍA
.
El optimismo de aquel conflictivo primer día hoy se hizo realidad. El domingo 29 de marzo, el cuarto día del Bafici, empezaba a las 10.15 con la función de prensa de la gran favorita para llevarse el premio mayor en la Competencia Internacional: la portuguesa Aquele Querido Mês de Agosto (2008). Tenía las mejores de las referencias de colegas que habían visto el film del portugués Miguel Gomes durante su largo periplo por festivales desde hace casi un año.
La película es en parte un documental sobre el pueblito de Arganil, un homenaje a su gente y sus tradiciones, una declaración de amor a la música melódica, un melodrama, y una reflexión sobre el cine mismo. Todo eso y aún más.
En la primera mitad la cámara vaga por el interior de Portugal, se mete entre los bailes populares, juega con los niños, interroga a sus habitantes y participa del entorno. Así hasta que, dentro del mismo film, llega el productor, aprieta a Gomes y ahí sí comienza la película: de a poco, tímidamente, pero empieza. Se definen los personajes, que pueden o no ser los que ya conocíamos, y volvemos a recorrer esas callecitas, esos bosques, ahora conocidos y cargados de significado donde se desarrolla el drama. Por más que adivinemos el artificio, Gomes nos lleva a la verdadera frontera de lo real, donde la carga de las imágenes, del entorno y el compromiso del realizador con éste, hacen que la diferenciación entre realidad y ficción sea irrelevante, donde todo forma parte de un nuevo ente que es pura verdad poética.
Nada alcanza para definirlo, Aquele Querido Mês de Agosto son dos horas y media de puro placer cinematográfico, un film honesto, vital y luminoso, de aquellos que, como su título lo dice, aman, pero también se dejan amar, del que podríamos escribir páginas y páginas.
Con la sonrisa en la cara y el entusiasmo a flor de piel, pasé a la función de Tony Manero (2008) que también llegaba con algunos buenos comentarios, pero opiniones encontradas en general. El contraste fue duro.
Si no lo recuerdan, el título hace referencia al bailarín de música disco interpretado por John Travolta en la exitosa Saturday Night Fever (John Badhan, 1977). Bueno, aquí nada de eso, el protagonista del film de Pablo Larraín es Raúl, un pobre diablo subnormal que imita patéticamente a Manero y vive en una sórdida pensión de Santiago durante la dictadura de Pinochet.
Lo mejor del film, una puesta en escena donde todo está investido de pesadilla claustrofóbica, termina por obturar, al despojar de vitalidad a todos los personajes, una metáfora que podría haber sido interesante; la de Raúl como el capitalismo encarnado: cruel, competitivo, inhumano pero, en el fondo, un capitalismo de segunda, faldero, nunca realizado (justamente, hace unos días, el enorme Raúl Ruiz, comentando su película El realismo socialista [1973], señalaba que el capitalismo no lo conocieron realmente en Chile hasta después del derrocamiento de Allende). La única señal probable de vida que se puede apreciar -cuando el ganador del concurso se retira del canal con su esposa- llega demasiado tarde para borrar la sensación de misantropía que Larraín nos transmite.
La presencia del film de Larraín en la competencia internacional es sólo la punta del iceberg de la importante presencia chilena en el Bafici. Hay otros cuatro films distribuidos en distintas secciones, una interesante retrospectiva dedicada a Iván Osnovikoff y Betina Perut y la presencia de Raúl Ruiz, el gran patriarca ausente del cine chileno, de quien vi Diálogos de exiliados (1975) para finalizar la jornada como corresponde. Durante la charla anteriormente citada, Ruiz reflexionó sobre la capacidad de los chilenos de reírse absolutamente de todo, aún de las situaciones más dramáticas. Esto es lo que sucede en el primero de los films franceses de Ruiz, que es un compendio de todos los lugares comunes de la vida de los exiliados chilenos (y latinoamericanos) en París, repasados con humor e ironía, pero sin saña. El film, de producción mínima -sería irrisorio hablar de “presupuesto”- está interpretado por los mismos exiliados, entre ellos el argentino Edgardo Cozarinsky. La crítica honesta, afable y lúcida de Ruiz instala una dialéctica (presente en la mayoría de sus films políticos) en el seno de su película al manifestar una evidente empatía por aquel al que se critica y que, en última instancia, incluye a su persona misma.
Con esta apuesta segura (¡qué va, que también se trata de disfrutar!) se termina el día IV del Bafici… y sí, otra vez no hay tiempo para hablar del corto (institucional) de Lisandro Alonso.
Publicado en contrapicado.net
Deja un comentario